Eagleton, Terry. Las ilusiones del posmodernismo. Barcelona: Paidós, 1997, pp. 206.
Los teólogos
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Los teólogos
". . . es probablemente inevitable que que algo de lo que argumento pueda ser compartido por los conservadores que atacan al posmodernismo, por razones que considero repugnantes. Radicales y conservadores, después de todo, necesariamente tienen algún terriotorio en común, y si no lo hicieran sería imposible que discutieran entre sí. Los radicales, por ejemplo, son tradicionalistas, como los conservadores; simplemente que adhieren a tradiciones completamente diferentes" (14).
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Si te revuelca la ola
"El júbilo por una fase más temprana, más esperanzada, del radicalismo sobrevivirá, pero quedará mezclado con el duro pragmatismo de su desilusionada secuela, para dar nacimiento a un reciente estilo de ideología de izquierda que podría denominarse 'pesimismo libertario'. Se podría continuar soñando con una alternativa utópica al sistema, incluso al concepto de sistema o régimen como tales, mientras se insiste duramente en lo recalcitrante del poder, la fragilidad del ego, el poder absorbente del capital, la insaciabilidad del deseo, lo inescapable de la metafísica, la ineluctabilidad de la Ley, los indeterminables efectos de la acción política y también de la completa credulidad de nuestras más secretas esperanzas. El sueño de liberación no se dejará de lado, a pesar de que uno pueda despreciar, y mucho, la ingenuidad de aquellos lo suficientemente tontos como para creer que pueda llegar a realizarse"(21-22).
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Ángeles y demonios
"Mientras que un movimiento radical de masas siga en ebullición no es difícil trastocar una simplista oposición binaria entre el Sistema y sus Otros, el primero demonizado y los últimos angelizados, dado que esos 'otros' son claramente productos del mismo sistema y ellos saben que lo son. Tienen poder para cambiarlo justamente porque desempeñan cierto razonable papel central en él"(26).
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El escéptico superado (o el que puede puede)
"Mucho de su escepticismo, después de todo, proviene de intelectuales que no tienen particularmente ninguna razón apremiante para ubicar su propia existencia social dentro de un marco político más amplio. Sin embargo, hay otros que no son tan afortunados. No se trata, entonces, de una elección de distintas formas de perspectiva, como si existieran esos teóricos megalómanos, descubridores del falo . . ., y aquellos más modestos, pensadores particularizadores que prefieren atarse a políticas tan menudas com para ser casi invisibles. Pensarlo como una elección de estilos intelectuales es en sí un movimiento idealista. Cuán 'global' sea un pensamiento no depende de cuán impresionantemente gruesos sean nuestros libros, sino de dónde se está parado, a menos que no se quiera estar parado en ninguna parte"(29).
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Las cosas como son
"Cuando un movimiento radical está en marcha, es probable que su epistemología resulte estrechamente condicionada por su práctica. No requiere en ese momento de ninguna teoría esotérica para reconocer que el mundo material es al menos lo suficientemente real como para actuar sobre él y modificarlo, o también que es, durante la mayor parte del tiempo, suficientemente denso y autónomo como para resistir los designios de uno sobre él, o que las doctrinas teóricas o los deseos políticos deban ser reformulados para cumplir con sus imperiosas exigencias. Es también usualmente evidente que un error cognitivo . . . tenderá a producir embarazosos efectos en la práctica política"(33).
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La historia es la madre
". . . las cuestiones epistemológicas están fuertemente vinculadas a temas de historia política. Una vez que se ha puesto en marcha un ambicioso experimento político, las presunciones realistas implícitas en esa práctica están vinculadas a algo menos convincente. Alguna forma de idealismo puede llegar a reemplazarlas . . . en una época en la que hablar de 'conciencia' ha dejado de ser sexy, es más aconsejable hablar del mundo como construido, por ejemplo, por el discurso, más que por la mente, a pesar de que puede resultar lo mismo en muchos aspectos. Todo puede convertirse en una interpretación, incluido el mismo planteo, en cuyo caso la idea de interpretación cerraría todo el camino y dejaría las cosas tal como están. Una epistemología radical llevará , en medida adecuadamente conveniente, a una política conservadora. Si el discurso recorre todo, se convierte en un pricilegiado a priori equivalente al mas desenfrenado idealismo metafísico, lo que, como Dios o Geist, no podemos superar más que lo que podemos salirnos de nuestra piel . . . no sería del todo sorprendente si los principales exponentes de esas teorías resultan ser tipos filosóficos y literarios, si hubiera, por ejemplo, pocos historiadores prácticos y por cierto ningún científico en ejercicio entre los nombres más habitualmente invocados. Este nuevo idealismo iría sin duda de la mano con esa forma particular de reduccionismo conocida como 'culturalismo'"(34-35).
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Tevitv
"Nadie que emerja de una visión regular de ocho horas diarias de televisión está en condiciones de ser el mismo sujeto idéntico a sí mismo que alguna vez conquistó la India o se anexó el Caribe. La pistemología de la 'disco' o el shopping no se parece a la epistemología del juicio, la capilla o el cuarto oscuro"(35).
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Cuidado con los ambiciosos
"Estas ambiciosas acciones políticas prometen, en otras palabras, deconstruir la tediosa oposición entre 'humanismo' y 'antihumanismo", autodeterminando sujetos y seres que son efectos del proceso, individuos de una bamboleante completud bajtiniana y una alarmante delgadez lacaniana"(36).
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Y con los consultorios
"Puede predecirse un apremiante interés por el psicoanálisis que, entre otras cosas agradables, es el folletín de la gente pensante, al mismo tiempo fuertemente analítico y espeluznantemente sensacionalista. Si nunca hubiera existido, los intelectuales disidentes con seguridad habrían tenido que inventarlo. El psicoanálisis es, en cierto aspecto, también un discurso radical, pero no en el sentido de que tenga alguna implicancia política concreta o inmediata. Por lo tanto, figurará como una adecuada especie de lenguaje para las energías radicales en una época de desorientación política"(37).
"Los terrores y los atractivos del significante, sus trampas, seducciones y subversiones: todo puede figurar al mismo tiempo como una novedosa y fortificante forma de la política y como un encantador sustituto de las exhaustas energías políticas, un ensartz inconoclasta en una sociedad inactiva políticamente. Será como si todo el gran drama, todo el riesgo personal y el gasto extravagante que pueden haber pertenecido a nuestra vida moral y política en condiciones históricas más propicias, ahora hubieran quedado en el teatro contemplativo de la lectura, donde esos frustrados impulsos pueden al menos quedar protegidos y donde ciertas venturosas pérdidas, que ya no son posibles en la realidad política, pueden nutrirse vicariamente a nivel del discurso . . . Así, el culto del texto habrá de cumplir la ambivalente función de toda utopía: brindarnos una frágil imagen de libertad, que de otra manera no podríamos celebrar, pero confiscando algunas de las energías que hemos invertido en su realización efectiva. Y puede una imaginarse esta exorbitancia del discurso extendiéndose mucho más allá del texto para abarcar los hábitos discursivos en general"(38-39).
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Auch, le tocó al texto"Los terrores y los atractivos del significante, sus trampas, seducciones y subversiones: todo puede figurar al mismo tiempo como una novedosa y fortificante forma de la política y como un encantador sustituto de las exhaustas energías políticas, un ensartz inconoclasta en una sociedad inactiva políticamente. Será como si todo el gran drama, todo el riesgo personal y el gasto extravagante que pueden haber pertenecido a nuestra vida moral y política en condiciones históricas más propicias, ahora hubieran quedado en el teatro contemplativo de la lectura, donde esos frustrados impulsos pueden al menos quedar protegidos y donde ciertas venturosas pérdidas, que ya no son posibles en la realidad política, pueden nutrirse vicariamente a nivel del discurso . . . Así, el culto del texto habrá de cumplir la ambivalente función de toda utopía: brindarnos una frágil imagen de libertad, que de otra manera no podríamos celebrar, pero confiscando algunas de las energías que hemos invertido en su realización efectiva. Y puede una imaginarse esta exorbitancia del discurso extendiéndose mucho más allá del texto para abarcar los hábitos discursivos en general"(38-39).